miércoles, 23 de enero de 2013

CONCIENCIA



Todos tenemos cuentas pendientes.

Si, aunque queramos negar aquello de lo que nos avergonzamos y por mas que escondamos la cabeza en una madriguera de topos.

Todos tenemos saldos negativos que jamás podremos pagar, que se quedarán por siempre pendiente hasta el día en el que nuestros huesos den con el frío subsuelo y las termitas corroan la caja en la que nos veneren los nuestros.

Y es que hay debes que nos condonan, otros que nos condonamos y algunos que nunca encontrarán misericordia ni ajena ni propia, pero hemos de saber cohabitar con la conciencia.

La conciencia...esa que nos recuerda que alguna vez, por algún motivo o sin el, en alguna ocasión no fuimos lo correctos o afables, coherentes o disciplinados, obedientes o maduros que se nos habría supuesto dadas las circunstancias.

En mi caso las peleas diarias con la propia, a la propia conciencia me refiero, no llegaron jamás a buen puerto. Por mas que quise dispersar su atención con cánticos de sirenas o músicas celestiales, siempre estaba allí. Como un faro en la noche, en la noche de todas y cada una de las noches, cual vigilante impertérrito al paso del sueño, pesadilla que no cesa...la conciencia.

Y un día muy temprano, amanecida de sueños pesados y desvelos, harta de tanto pesar y a eso del alba me dirigí a un jardín que tenía casi olvidado en mi cerebro.

Me armé de pala, rastrillo y una bolsa enorme de color negro, saqué aquella losa que no me dejaba soñar, la amordacé fuertemente para que jamás dijera ni media palabra, la introduje en aquella bolsa oscura y me puse a cavar un hoyo.

Cavé y cavé hasta que dí con una roca. Me metí en aquel agujero para sacarla y una vez despejado el camino seguí con mi entierro.

Introduje el bulto lo mas profundo que dieron mis fuerza, ya casi se me hizo oscuro y sin esperar a la luna vertí toda la tierra de alrededor.

Ne dejé rastro alguno de lo que podría haber sido un asesinato a sangre fría, con premeditación, alevosía y todos los agravantes que pudieran agrupar aquel acto y cogí mi pala, mi rastrillo y la cinta para la mordaza, me acerqué a la orilla del mar y con todas las fuerzas que pude almacenar en aquel momento lo arrojé todo marea adentro.

No se que ocurrió con todo aquello, jamás volví a los pies de aquel árbol donde todo quedó soterrado, el mar jamás me devolvió las pruebas y mis sueños volvieron a ser tranquilos.

Mi conciencia, la nueva, sigue almacenando meteduras de pata y asuntos impropios de persona tan amable como la que escribe, pero aún puedo convivir con ella.

No se si esto tiene algún sentido, es una declaración de culpa en la que la víctima, quizás y solo quizás, mereció tal muerte y sepultura, pero ahí os dejo mi cuento de culpas y conciencias y de pesadillas que se pudren en el mas profundo de los infiernos....

Inma Castrejón, la bruja de chocolate...

3 comentarios:

  1. Me has dejado sin palabras. Impresionante!!.

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  2. jope....no creo que te haya dejado sin palabras, hay miles y miles de palabras y aquí solo hay un montoncito

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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