viernes, 16 de noviembre de 2012

CUENTO DE LA ALMADRABA



Aquella noche mi madre sacó las fotos de cuando era pequeña, entre el vaso de leche tibia y unas galletas se sucedían los antiguos retratos de una niñez en la que mi padre sobresalía entre las demás figuras en sepia.

Una vez en la cama me costó coger el sueño. Los recuerdos se agolpaban en mi cabeza como peces queriendo escapar de las redes de la memoria.

Me pareció estar viendo a mi padre subir por las estrechas escaleritas que daban justo al lado de mi cama, como una sombra grande y oscura que abrigaba mi descanso.

Yo siempre me hacía la dormida cuando lo sentía subir al cuarto. Acudía cada noche a arroparme y a pintarme un beso en la frente, confirmando que todo estaba bien.

Añoro sus cuentos de marinero, de buzo de la almadraba, historias que no he vuelto a oír en boca de nadie.

Frecuentemente lo tachaba de embustero, arrugando mi boquita de piñón y haciéndole pucheros, pero el insistía en que aquellos relatos eran absolutamente ciertos.

Una noche me refirió una historia que me dejó desvelada casi una semana.

Llegó de la taberna del puerto con ese intenso olor a pescado y a vino y después de saludar a mi madre subió a averiguar si me había quedado dormida.

-Eli, ¿estas dormidita?

Y yo remoloneaba entre las mantas para que el insistiera, me hiciera cosquillas en los costados para hacerme reír y así pillarme en mi teatrillo de cada noche.

-Te he traído una historia que quiero contarte. ¿Sabes lo que me ha pasado hoy mi niña?
-¡Hola papi! (Y le di un achuchón lo mas fuerte que podían mis bracitos de niña pequeña) ¡Cuéntame! ¿que has visto hoy?
-Hoy estaba en la almadraba, trabajando como todos los días en el fondo del mar, arrimando a los atunes al copo, ¿tu sabes lo que es el copo Eli?

Yo, que ignoraba que significaban muchas palabras, aprovechaba cualquier excusa para que me las explicara mi padre.

-No papa, ¿que es el copo?
- Pues el es una red gigantesca, grande cómo …a ver, mas grande que un campo de fútbol  hecha de cables fuertes, porque los atunes son animales muy grandes y fuertes, y las redes normales las pueden romper.

Pues como te estaba contando, las redes están puestas en vertical, ósea, de arriba para abajo, o al revés. Abajo la agarran con anclas y plomos, para que queden sujetas en el fondo del mar y no se muevan con las corrientes y arriba flotan con bollas, te acuerdas de esas bolas rojas que se ven en fila encima del agua a lo lejos? Pues eso son bollas.

Yo miraba a mi padre con la boquita de “O” y los ojos encendidos como lamparitas en medio de la noche, mientras me relataba aquel cuento yo me agarraba con fuerza a su camisa, para creerme que era verdad que estaba a mi vera.

Imaginaba la mar señalada por un camino de pelotas rojas que escondían redes hasta el centro de la tierra, mi padre caminando por la arena del fondo sin ningún tipo de tropiezo y miles de atunes gigantescos pasándoles por encima.

- Allí, en lo profundo, papa cuida de que los atunes no se queden atascados en las redes. Miles y miles de atunes plateados, de color plomizo o azul, según les de la luz, pasan rozándome, vapuleándome el agua como si fuera de gelatina, yo en el medio, formando parte de todo, como un pez mas… algún día te traeré una foto Eli.

Además de atunes hay mas peces se meten en la trampa. Hay sardinas y caballas y bonitos, incluso a veces, algunas veces se cuelan delfines.

Hoy en particular, un delfín se me quedó enganchado en un agujerito de la red., ¡pobrecito!
Fui a toda prisa a rescatarlo, porque si no lo hacía podría ahogarse rápidamente y es que los delfines son mamíferos, tu lo sabías verdad Eli?

- ¿si?, ¿Como los perros y las terneras?
- Si Eli, como los perros y las terneras y como las ballenas también.
- ¿Las ballenas son también como las terneras? Y como dan la teta?

Papa se reía con mis ocurrencias infantiles, pero nunca perdía la paciencia cuando se trataba de contarme una historia increíble.

-A ver, ¿por donde íbamos? ¡Ah ya me acuerdo! Por los delfines
-¡Si, si eso papa, sigue sigue, cuéntame! ¿como es un delfín?
-Espera preciosa, déjame terminar y luego te lo dibujo.
Pues vi al delfín, gemía incapaz de liberarse solo. Mas tarde supe que era una delfina, una delfina que lloraba.
-Papi ¿y porque estaba llorando? Por que… ¿los delfines lloran?
-Los delfines son unos bichos muy sensibles, son casi como nosotros, se quejan cuando les duele algo y lo que es mas sorprendente, lloran si pierden a alguno de los suyos, se ríen cuando están contentos y son capaces de quererte. Pero no me entretengas que me pierdo. Sigo.

Pues la delfina lloraba porque estaba preñada y a punto de parir, la pobre no podía soltarse de la red.

Yo, que se de lo que hablo, sabía que si no subía pronto a respirar moriría asfixiada y con ella, su pequeña cría.

Así que ni corto ni perezoso, sin perder ni un solo segundo, rodeado de atunes de tres metros por todos los lados, luchando contra la corriente que formaban al pasar, corrí a rescatarla. Saqué mi pequeña navaja, esa que siempre llevo encima para limpiar sardinas, ¿te acuerdas?, y me dispuse a liberar al precioso animal.

El acero del interior de la cuerda se resistía, yo luchaba a contra tiempo, acariciando el lomo del cetáceo y así mantenerlo en calma. La delfina me miraba con el ojo derecho, creí ver sus lágrimas de dolor contenido, incluso la expresión de sufrimiento en su rostro de terciopelo.

Logré liberarla tras unos segundos de angustia y subió a la superficie a tomar aire todo lo rápido que pudo, sin dejar de lamentarse por las contracciones del parto y luego regresó a donde yo estaba, se situó justo encima de mi, de manera que yo estaba viendo la cola del pequeño delfín!

Se giraba para mirarme como una persona pidiendo ayuda, yo al principio no entendí que quería, pero a los pocos segundos supe que necesitaba que le asistiera.

Me quité los guantes para no hacerle daño, metí mis manos en el interior de ella para agarrar con cuidado a la cría, notaba como se contraía por dentro y ella gemía como una mujer, empujaba y empujaba, agotada por el esfuerzo paraba un momento y seguía intentándolo.

De repente, después de un grito estremecedor, una marea de sangre viscosa salió de su interior, expulsó a su paso a la pequeña criatura atada aún a ella por el cordón umbilical.

Me dejó arrullarlo mientras cortaba con sus dientes el lazo que los unía. Como si fuera niño chico que llora cuando viene al mundo, silbó dócilmente. Su piel resbalaba por mis manos, se estremecía al acariciarlo, es lo mas suave que he podido tocar en toda mi vida, mas aún que tu bonita carita de ángel Eli.

Corriendo subió con el pequeño a que tomara su primera bocanada de aire, se me representaba que los dos, vistos desde abajo, sendos torpedos disparados de un sumergible, idénticos, pero de distinto tamaño. El sol se colaba por las cortinas del agua llenando de estrellas de color turquesa sus dorsos.

Bajaron jugueteando, en espiral, en picado, oía sus risas y se quedaron a mi lado largo rato.

Eli, cuando salí del agua no podía creer lo que pasó, se lo conté al capitán que me vio llegar sin poder disimular la emoción y me eché a llorar como cuando tu naciste.

Se quedó callado unos segundos, llorando por la emoción, yo lo miraba con los ojos redondos, con la convicción de que lo que me contaba era absolutamente cierto y entonces agarró un trozo de papel de mi cuaderno de cuadritos y un lápiz. y me dibujó como pudo un delfín pequeño y uno grande y un buzo debajo que se suponía era el.

Yo me quedé sin palabras, no podía dejar de imaginar a ese pequeño entre las manos acartonadas y negras de mi padre, las mismas manos que me rozaban el rostro antes de ir a dormir, las mismas que traían los pescados de medio metro para meterlos en la olla, las mismas que me dibujaban delfines y hombres rana, las mismas que se marcharon una mañana para no volver jamás.

Me pidió que guardara aquel dibujo para que nunca se me olvidara la bella historia y aún lo conservo en el cajón de mi mesita de noche.

Y hay veces que, en le duermevela, cuando no estoy ni despierta ni dormida, del cajón de mi mesita se oyen los gemidos de los delfines jugando en el fondo del mar, mientras mi padre les acaricia el lomo y les hace pedorretas en la barriga.

FIN

Inma Castrejón (la Bruja de Chocolate)


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